La Justificación por la Fe

Lic. Isaías Rodríguez

Pastor de la Iglesia Bautista Berea de Monterrey, NL.

La caída del hombre en pecado.

El primer acto de desobediencia del hombre a los mandatos de Dios en el huerto del Edén constituyó lo que se conoce como el pecado original. Adán y Eva supieron a partir de ese momento que se había dado un cambio en su naturaleza. Y se sintieron diferentes, apartados de Dios, sin derecho a estar en Su presencia; y decidieron esconderse de Él. Ellos sabían que había surgido una distancia, una severa separación entre Dios y ellos. (Génesis 3:1-10). A partir de ese instante el hombre supo que su más grande necesidad era la de cubrir ese pecado de algún modo; así que cosieron unas hojas de higuera y se hicieron delantales para cubrir su desnudez. Desde entonces todo hombre que se reconoce como pecador, y que conoce lo que la Palabra de Dios establece como “la paga del pecado”, ha considerado como su más importante problema el cómo ser justificado delante de Dios. Job planteó nuevamente el problema al preguntarse “¿Y cómo se justificará el hombre con Dios?” (Job 9:2). Abraham, Isaac, Jacob y todos los patriarcas tuvieron que confrontar la misma situación. David, el gran rey de Israel, al igual que sus antecesores y sucesores, así como los profetas tuvieron que resolver esa misma necesidad. Usted y yo tenemos también que considerar este problema. Necesitamos ser justificados delante de Dios.

La necesidad del hombre de ser justificado.

En Romanos 1:18 a 3:20 el Apóstol Pablo presenta un caso irrebatible de la existencia de esta necesidad al demostrar que todos los hombres están condenados delante de Dios a causa de su pecado. A menos que las cosas cambien para ese hombre sentenciado y condenado, su destino es el infierno eterno. Ante tal estado de cosas, el hombre necesita una solución eficaz a su problema, necesita encontrar alguna manera de ser justificado delante de Dios. ¿Cómo puede hacerlo? ¿Podrá lograrlo a través de sus propios méritos? ¿Acaso tendrá oportunidad de justificarse delante de Dios mediante obras que él pueda efectuar? No, dice Pablo. Esa justicia tiene que venir de Dios, ya que el hombre no puede hacerse merecedor de ella por medio de obras legales, además de que, bajo su estado de condenación, él es incapaz de producir obras perfectas. Esas son muy malas noticias para el hombre. ¿Habrá alguna esperanza para él a través de algún otro medio? Pablo, después de presentar el negro panorama que confronta al hombre, procede a arrojar un torrente de luz para desaparecer las sombras al darle las buenas noticias acerca de la justificación que es posible obtener mediante el plan eterno de Dios para la redención del hombre. A partir del capítulo 3 y versículo 21 de su carta a los Romanos, el Apóstol procede a presentar el remedio divino para el problema del hombre. Pablo habla acerca de una justicia (o justificación) que el hombre puede recibir de parte de Dios, por medio de la fe en la obra redentora de Jesucristo efectuada en la cruz y mediante la gracia de Dios. Eso es lo que conocemos como “la justificación por la fe”.

La definición de la “Justificación por la fe”.

Pero, ¿qué es la “justificación por la fe”? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de ese concepto? Son innumerables los autores que han abordado este tema de una manera muy eficaz y las definiciones abundan, algunas más sencillas y otras más complicadas. Juan Calvino dice que “… nuestra justificación es la aceptación con que Dios nos recibe en su gracia y nos tiene por justos. Y decimos que consiste en la remisión de los pecados y en la imputación de la justicia de Cristo.”

Martín Lutero dice que “… el concepto de nuestra justificación, que es nuestra única protección, no sólo contra todos los poderes y asechanzas de los hombres sino en contra de las mismas puertas del infierno es éste: sólo por nuestra fe en Cristo, aparte de las obras, es que somos declarados justos y salvos.”

A. H. Strong dice que “la justificación es el acto judicial de Dios por medio del cual, y gracias a Cristo, con quien el pecador está unido por la fe, Él declara que ese pecador no está ya expuesto a la pena de la ley, sino que es restaurado a Su favor”. Y así las definiciones podrían multiplicarse.

La “justificación por la fe”, ¿una declaración o una realidad?

¿En qué consiste exactamente la justificación por la fe? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Es una declaración o es una realidad? Muchos autores se alinean con la posición de que, en el acto de la justificación, Dios no hace justo al pecador sino que solamente “lo declara justo”. Es decir, el acto de la justificación es una mera declaración legal que dice que, gracias a la obra redentora que Cristo consumó en la cruz, toda persona que deposite su fe en esa obra, es perdonada de sus pecados y es declarada justa. Esa declaración, con toda la fuerza que puede brotar de la decisión del Juez Supremo, es simplemente eso, una declaración, y no un acto real, transformador de la persona que cree. En otras palabras, la justificación solamente define el status legal de la persona justificada. Éste es el punto de vista de la Teología Reformada.

Por otra parte, otros autores sostienen firmemente la posición opuesta, o sea que a través de la justificación por la fe, el creyente es realmente transformado. Entre estos autores se encuentra Ernesto Trenchard, quien dice que “… es preciso recalcar que (la justificación) no se trata de una mera ficción legal, sino de un hecho real que adquiere su eterna consistencia tanto de la obra de propiciación –glorioso fruto de la gracia divina como de la unión efectiva que surge del arrepentimiento y de la confianza total del pecador en Cristo… rechazamos enérgicamente la idea teológica de que la justificación por la fe es una mera declaración de parte de Dios, pues nada se sabe en las Escrituras de declaraciones divinas que no correspondan a hechos reales, y en este caso, el pecador, aceptando y aprovechando por su libre albedrío las operaciones del Espíritu Santo, vuelve las espaldas al pecado, confía de todo corazón en el Salvador y, unido vitalmente con Cristo, está en Cristo.” Hay quienes objetan este punto de vista con base en el significado de los términos en el idioma original y en el hecho de que tiende a confundir la justificación con la santificación. Los que objetan esta posición dicen que si bien se reconoce que el acto de justificación por la fe se ve acompañado de cambios en el carácter y la conducta de la persona justificada, ello es más bien debido a que la justificación se convierte en un principio de acción y no porque sea una transformación de hecho en la condición moral de la persona. Quienes sostienen esta posición lo hacen, a pesar de las objeciones, porque entienden que gracias a la justificación por la fe, el creyente es presentado delante de Dios como si hubiese obedecido perfectamente a la ley y a cada uno de los mandamientos del Señor, uno que jamás ha pecado.

Ahora bien, sea la justificación una declaración o una realidad, ¿cuáles son los elementos básicos que la integran?

Los elementos de la justificación por la fe.

Los elementos básicos que integran el concepto de la justificación por la fe son dos. El primero es el perdón de los pecados y el segundo lo constituye la restauración del justificado al favor de Dios.

Perdón de pecados.

Esto significa, en primer lugar, que el creyente justificado ya no será sujeto jamás al castigo por el pecado (Juan 3:16; Juan 5:24;). Esto le da a quien pone su fe en Cristo Jesús la absoluta seguridad de que su futuro eterno ya está decidido para su beneficio, ya no tiene que preocuparse a cada momento de si está bien delante de Dios, o de que si la muerte lo sorprendiera ese día cuál podría ser su destino eterno. Ya no hay incertidumbre y el creyente se goza de y en su justificación. En segundo lugar, el creyente queda totalmente libre de la culpa de pecado que le oprimía. Toda persona sabe el peso que se siente cuando se ha cometido una falta en contra de persona o institución alguna; no hay descanso, no hay paz sino hasta que surge la confesión y el perdón (o en su caso, el castigo). Sea como fuere, después de eso, viene el descanso, viene la paz (Romanos 5:1).

El creyente justificado es restaurado al favor de Dios.

Esto quiere decir que, gracias a la justificación, el creyente es tratado por Dios como si jamás hubiera pecado, como si siempre hubiera sido justo delante de Sus ojos. Es como el hijo que, después de haber desobedecido a su padre terrenal, habiendo sido perdonado por éste, busca ávidamente encontrarse con la mirada del padre para asegurarse que todo está bien entre ambos, que todo está como si aquella falta nunca hubiera sido cometida. Eso mismo sucede con el creyente justificado. Sabe que era pecador pero también sabe que ha sido perdonado totalmente gracias al sacrificio de Cristo en la cruz. Puede acudir ante su Padre Celestial en cualquier momento y presentar sus peticiones, expresar su gratitud, o simplemente adorar a su Padre por lo que es. ¡Qué maravilloso es saberse perdonado y restaurado a la privilegiada posición de hijo! (2Corintios 5:18; Romanos 8:15; Juan 1:12 y 1Juan 3: 2).

La Justificación es por la Fe, no por las Obras.

La posición bíblica es que, cuando se trata de la justificación, de la salvación, ésta es única y exclusivamente por medio de la fe en Jesucristo. Las obras no tienen absolutamente nada que ver con nuestra justificación delante de Dios. Romanos 3:21-22 dice, “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él.” Y luego dice en el versículo 28, “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley.” Más adelante en esta misma epístola, en el capítulo 4:1-5, leemos, “¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.” En su Epístola a los Gálatas, capítulo 2, versículo 16, el Apóstol Pablo escribe apasionadamente y dice, “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros (él y Pedro) también hemos creído en Jesucristo para ser justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.” Nuestra justificación es absoluta y exclusivamente por medio de la fe. Las obras tienen su sitio dentro del esquema de la relación del justificado con Dios, pero son posteriores al evento de la justificación y, en cierto modo son las que demuestran la transformación que ha tenido lugar dentro de la persona del creyente. Así pues, el papel de las obras debe ser ubicado como cronológicamente posterior al de la fe. Si hay fe que resulta en justificación, habrá obras que la demuestren. O dicho en otras palabras, si bien las buenas obras no justificarán jamás a la persona, la existencia de la justificación se verá evidenciada por medio de las buenas obras.

Puede decirse con toda seguridad y firmeza que por lo que toca a nuestra justificación, la gracia de Dios es la causa eficaz de ella, la obra redentora de Cristo en la cruz es la causa que le da mérito y que el ejercicio de nuestra fe es la causa instrumental o mediata de ella. Debe agregarse que la justificación que el creyente recibe de Dios por medio de la fe es perfecta, y que no necesita de obra alguna para completarla o para mantenerla. A este respecto debe también decirse que si bien la fe es la causa instrumental de la justificación, y que necesariamente la precede, no es la fe del creyente individual la que lo justifica, sino Dios. Sólo Dios es quien justifica por medio de Su gracia, a través de la fe. La fe es la confianza personal que el individuo pone en Dios, en el hecho de que, viendo en él la existencia de esa fe, y viéndolo a él a través del sacrificio de Su Hijo, Él tendrá misericordia del pecador y le extenderá Su justificación.

Los resultados de la justificación por la fe.

Romanos 5:1 comienza diciendo “Justificados, pues, por la fe, tenemos …” En primer lugar debemos observar que una traducción más apegada a la estructura gramatical original debería decir, “Habiendo sido justificados, pues, por la fe, tenemos …”. En esta expresión se destacan tres grandes elementos. El primero es que una vez que hemos creído en Jesucristo como nuestro único y suficiente Salvador, ya hemos –desde ese mismo momento— sido justificados plenamente. La palabra que expresa la acción, denota algo que ha sido terminado en el pasado pero sus efectos se continúan hasta el presente, y así continuarán produciéndose. La segunda es que fue alguien diferente al pecador arrepentido quien efectuó o produjo la justificación de que se habla. Ese alguien es Dios, nadie más. Y la tercera es que nuestra justificación fue por medio de la fe en Jesucristo y no por obra alguna, por monumental que ésta haya sido o hubiere podido ser.

A partir del versículo 1 y hasta el versículo 11 de Romanos 5, Pablo enumera algunos de los muchos resultados de nuestra justificación, en los que todo creyente debe gozarse. ¿Cuáles son algunos de estos resultados? Pablo dice que tenemos (1) paz para con Dios, (2) entrada a la esfera de la gracia, totalmente diferente a la del mundo, y en la cual estamos firmes porque nuestra nueva posición no depende ni de nuestras buenas obras ni de ninguna otra cosa, excepto de la obra de Cristo Jesús que nos justifica; (3) también nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios, esa gloria que el hombre perdió al momento de pecar (Romanos 3:23); (4) nos gloriamos en las tribulaciones. ¿No le parece éste un cambio radical en el hombre justificado que lo contrasta dramáticamente con el hombre natural? Nada más piense en qué se gloría el hombre natural. ¿Y por qué nos gloriamos los creyentes en las tribulaciones? (5) Porque sabemos que las tribulaciones producen paciencia, esa cualidad que lo soporta todo porque tiene en la mira el final de la lucha y la recompensa de quien espera en el Señor. Además, hay un resultado especial de la paciencia que es (6) la “prueba”, que más bien podría traducirse como “un carácter aprobado”. Es decir, la paciencia tiene el objeto de obrar en la persona y moldearla hasta producir una clase de carácter que llena los requisitos para ser aprobado. Ese carácter aprobado produce (7) “esperanza”, una esperanza que se basa en la promesa de Dios; y esa esperanza (8) “no avergüenza” porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”, lo que le asegura que esa esperanza un día se convertirá en realidad. La lista de los resultados sigue después de un breve paréntesis en el que Pablo hace referencia al sacrificio de Cristo, y se menciona que gracias a la justificación (9) seremos salvos de la ira, expresión que parece referirse a lo que tendrá lugar en la consumación de la historia. El creyente no tiene que preocuparse de ninguna cosa que pueda suceder en el futuro con relación a los impíos porque él será salvo de esa ira venidera. Por si fuera poco, Pablo agrega a la lista de los resultados de la justificación el que (10) hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, y expresa la seguridad de que “mucho más, estando reconciliados, (11) seremos salvos por su vida”, que habla de la labor mediadora que Cristo Jesús efectúa en nuestro favor a cada instante. Ante esta breve lista, que podría ser expandida a mayor detalle y comentada ampliamente desde el punto de vista lingüístico, teológico, histórico y escatológico, uno no puede menos que decir ¡cuán grande es esta justificación que Dios nos ofrece gratuitamente, mediante el sacrificio de Su Hijo en la cruz! Es, indudablemente, una salvación que no puede, no debe, despreciarse. Pero también tenemos que plantearnos la pregunta, ¿por qué no es más conocida y aceptada esta gloriosa y fundamental doctrina? ¿Qué es lo que la detiene? ¿Qué le estorba en su avance? Consideremos algunas simples respuestas a estas preguntas, invitándole a agregar a éstas, sus propias respuestas.

Problemas a los que se enfrenta quien enseña y predica la doctrina de la justificación por medio de la fe:

La incredulidad de las personas.

Para comenzar, muchas personas se niegan a creer en la existencia de Dios. Con base en esa posición, ¿de dónde podría surgir la necesidad de justificación? Posiblemente surgiría del reconocimiento de errores o fracasos de la propia vida, de haberle fallado a la familia, a los amigos o a la sociedad. Eso se arreglaría sencillamente disculpándose y siguiendo adelante.

La ignorancia de las enseñanzas de la Biblia.

Incluso entre los que creen en Dios y reconocen la Biblia como Su Palabra, e inclusive asisten a alguna iglesia evangélica, muchos no creen ser pecadores, o al menos no creen ser “tan” pecadores como para necesitar ser justificados delante de Dios. Sienten que no han hecho mal a nadie, que son honestos, responsables y respetuosos; y probablemente lo son. Pero creen que, o Dios no les tomará en cuenta su conducta, o bien podrán arreglarlo fácilmente cuando llegue el momento. Lo trágico es que de su parte hay un total desconocimiento de lo que constituye el tener una naturaleza pecaminosa, la necesidad de arreglar cuentas con Dios, el problema que se enfrenta diariamente con el pecado, el arrepentimiento, la confesión, el perdón, la separación, el testimonio cristiano, el hecho de que habrán de dar cuenta a Dios de sus actos y mil cosas más. No puede uno menos que cimbrarse desde lo más profundo ante lo que acontecerá a estas personas.

El ataque de las filosofías del mundo.

La Nueva Era, las Religiones Orientales, el Ocultismo, el Materialismo, el Modernismo, y muchas otras formas de “religión” utilizan con mucha eficacia los medios a fin de promover sus filosofías. Muchas de ellas parecen interesantes, atractivas, eficaces y hasta emocionantes a una persona necesitada pero ignorante. Como resultado de ello la iglesia tiene que sostener una constante lucha tanto fuera como dentro de sus límites con el propósito de solamente “mantenerse a flote”. Todos estos problemas pueden atacarse mediante un programa sólido de educación cristiana integrado. Desafortunadamente tenemos que aceptar la realidad de …

La debilidad de la enseñanza bíblica en muchas iglesias.

En algunas de ellas no hay personas preparadas para enseñar; debido a ello, o a su prioridad por ganar almas, su mensaje muchas veces se ve limitado a la proclamación de carácter evangelístico. En otras iglesias hay un liderazgo capaz pero que se ve abrumado por las mil y una tareas de carácter diferente al de la oración y el ministerio de la Palabra. Es absolutamente necesario resolver este problema. El aspecto realmente trágico de la situación es que en algunas iglesias, cuya doctrina es ortodoxa, no hay el compromiso para invertir la energía que se requiere para estudiar y preparar buen alimento para la congregación.

La necesidad de mantener en alto la Doctrina de la Justificación por la fe.

Las enseñanzas fundamentales de la Palabra de Dios, particularmente la que nos concierne en este artículo, la justificación única y exclusivamente por medio de la fe en Jesucristo, deben ser defendidas a cualquier costo. Todas ellas están integradas en un importante tejido. Perder una de ellas significará que las demás podrían ir cayendo una a una. Así pues, nuestro llamado es a nunca claudicar en la defensa de la verdad del evangelio.

La doctrina de la justificación por la fe es una que, cuando es entendida cabalmente por el individuo, le hace darse cuenta de la seguridad y la libertad que el mensaje de Jesucristo ha traído a su vida. Se sabe justificado, completamente justificado por la fe, camino al cielo, y ya no se siente más obligado a tener que realizar las obras de la ley a fin de ver si por acaso logra ser justificado o, si se le ha dicho que ya sus obran le han traído la justificación, tener que continuar haciendo obras a fin de mantener su salvación intacta. (1Juan 5:13).

Quien ha sido justificado por la fe en Jesucristo, y lo sabe a plenitud, siente un gran deseo por adorar y servir al Señor, y eso no por obligación o temor, sino exclusivamente por amor y gratitud a quien tanto le ha dado.

Proclamemos con firmeza al mundo entero el mensaje de la justificación por la fe. Digamos a todos que en lugar de condenación, Dios ofrece justificación. Que en lugar de culpabilidad, Dios ofrece perdón y restauración. Que en lugar de que tengamos que estar produciendo obras durante toda nuestra vida para ver si saldamos nuestra cuenta de pecado, Dios ha pagado esa cuenta en su totalidad. Ese es el mensaje de la justificación por la fe.

Sigamos proclamándolo con fidelidad a nuestro Dios y a Su Palabra.

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2 comentarios en "La Justificación por la Fe"

  1. Justificación; Obra grandiosa de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Gloria a Dios y su hijo Jesús, por compartir con nosotros toda su gloria y amor, Amén.

  2. Doy gracias a Dios por el sentir que ha puesto en sus corazones por desarrollar una pagina en internet tan importante y necesaria para el pueblo cristiano a traves de los tiempos. Tengo una pregunta que les agradeceria me contestaran en la medida de lo posible.

    Escuche hace algunos dias que para que un tema fuera docrinal debia estar sustentado por una cantidad minima de versiculos. ¿Es esto cierto o simplemente especulaciones?

    Gracias

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